"Ir allí donde nadie quiere ir"

¡Bienvenidos hermanos a este blog! Con él os quiero informar poco a poco sobre la evolución del proyecto que se presentó al nuevo Provincial y sus consejeros en mayo del año 2011; así como diferentes proyectos que han surgido sobre este tema en la vida religiosa en los últimos años.

Os animo a participar activamente en un futuro desde la misión popular, la nueva evangelización y la itinerancia; y que este proyecto no sea sólo un proyecto sino una realidad.

Igualmente os animo a participar activamente en este proyecto, religiosos y seglares, o aportar vuestros comentarios, propuestas y deseos pues con vuestro aporte se enriquece dicho proyecto.

sábado, 22 de diciembre de 2012

CUARTA SEMANA DE ADVIENTO. REFLEXIÓN PERSONAL SOBRE LOS HIJOS DE LA LUZ.


Aquí os dejo  la última reflexión personal sobre esta última semana de adviento y venida del Emmanuel, el Dios con nosotros. La Luz que viene de lo alto.



Felicito a todos los seguidores de este blog. Que Dios os bendiga desde su Hijo muy Amado, el Niño Dios, Jesús. El está deseoso de recostarse en vosotros. Abrid vuestros corazones, dejaos amad por el Amor personificado, dejad que Él se encarne en vuestros corazones como lo hizo en mí. Amén.

Feliz navidad y hasta el año que viene.

Feliz 2013.






LOS HIJOS DE LA LUZ


“Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable Luz” (1Pe 2,9).


Por mi experiencia de vida y oración he podido comprobar que en este mundo los hijos de la luz se reconocen e identifican pues: “Si caminamos en la luz, como Él mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros” (1Jn 5,7). El Espíritu del Señor hace alumbrar desde ellos la Luz verdadera por las buenas obras que Él realiza en ellos como instrumentos, instrumentos sencillos y eficaces (cf. Lc 10,21) para mayor gloria de su Nombre (cf. Mt 5,16). Ellos poseen una sensibilidad especial para hablar y compartir las cosas de Dios: sin vanagloria, sin intereses, sin autoridad ni protagonismo. Ha sido el Amor que brota en sus corazones trasparentes y justos los que actúan conforme a la santa voluntad de Dios, la alegría se comparte y se contagian los corazones del amor de Dios, pues Él ha obrado en ellos.



Así mismo hermanos míos, los hijos de la luz huyen de los hijos de las tinieblas: “Los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz” (Lc 16,8). Se apartan de ellos como el agua del aceite. ¿Qué necesidad hay de perder la luz o la paz que portamos? La oración es la herramienta más eficaz para aquellos. Es más, “todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras” (Jn 3,20).

Sí, también es cierto, somos antorchas en medio del mundo para alumbrar las tinieblas (cf. Flp 2,15; Sal 104,4; Heb 1,7). La oscuridad no es nuestro miedo, es la oscuridad quien la posee: “Tú eres, Señor, mi lámpara, mi Dios que alumbra mis tinieblas” (2S 22,29); o como dice el santo Job: “Cuando su lámpara brillaba sobre mi cabeza, yo a su Luz por las tinieblas caminaba” (Job 29,3; cf. Sal 18,29). Entonces hermanos “¿quién os hará mal si os afanáis por el bien? Mas, aunque sufrierais a causa de la justicia, dichosos de vosotros. No les tengáis ningún miedo ni se asusten. Al contrario, dad culto al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1Pe 3,13-15). “Nada hay encubierto que no haya de ser descubierto ni oculto que no haya de saberse. Porque cuanto dijisteis en la oscuridad, será oído a la luz” (Lc 12,2-3). Tanto en cuanto la luz penetre en la oscuridad deja de ser tal para ser luz con los que alumbran: “al ser denunciado por la luz se vuelve claro, y lo que se ha aclarado llegará incluso a ser luz” (Ef 5,13). Quienes llevan la Luz del Sol (cf. Lc 1,78) a las vidas de otros, no la pierden para ellos. Es más, quien posee la Luz ¿qué puede temer si Él lo es Todo y todo le rinde cuantas a Él, único Dios verdadero, “que es Luz y en Él no hay tiniebla alguna?” (1Jn 5,5; cf. Jn 1,5). “El que anda a oscuras y carece de claridad confíe en el nombre del Señor y apóyese en su Dios” (Is 50,10). Temamos entonces a Él mismo que es el único que nos puede privar de su propia Luz eterna después de nuestra muerte corporal y pasar, ¡pobre de aquella alma!, a una muerte de alma y cuerpo, del ser (cf. Mt 10,28); pues “si alguno dice: “Amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1Jn 4,20).

Los hijos de la luz portan en sus manos “las armas de la Luz” (Rm 13,12), al mismo Amor de los amores y su “Palabra, que es luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo” (cf. Jn 1,9); como en tiempo así hizo Juan el Bautista, que daba testimonio de la Luz (cf. Jn 1,7). Nuestros labios son del Señor, nuestras manos y pies son del Señor, el corazón sencillo y justo es del Señor: “Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (cf. Jn 8,12).

Si participamos con Él que es Luz, también estamos unidos a su Luz; somos pues “hijos del día” (1Ts 5,5): “Vosotros sois la luz del mundo, no se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,14-16). “Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo vosotros a la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde los terrados” (Mt 10,27). Nuestro Amado no se cansa de decírnoslo, ¡sois herederos de mi Luz! Nada ni nadie os podrá arrebatar de Su tierna presencia. “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas mi siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre” (Jn 10,27-29). “Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día” (Jn 6,37-39).


Hermanos míos, somos felices y estamos en comunión por la afirmación que dice nuestro Señor: “Yo soy la Luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas” (Jn 12,46). ¡Vivamos entonces como hijos de la luz, desde nuestro alumbramiento, cuando cada una de nuestras madres nos dio a luz como al Redentor, Luz perpetua, de las purísimas entrañas de la Virgen María (cf. Lc 1,13)! Toda caridad, justicia y verdad son frutos de la luz (cf. Ef 5,8-9); permanezcamos en Él eternamente, la Luz que permanece siempre. Alumbremos en la oscuridad a aquellos que aún no han descubierto la verdadera Luz; o a aquellos que se empeñan en apagar u ofuscar nuestras antorchas de amor, procuremos su conversión, pues nuestro Amado no vino a “llamar a conversión a justos, sino a pecadores” (Lc 5,32). “La conversión es un don de Dios, obra de la Trinidad; es el Espíritu que abre las puertas de los corazones, a fin de que los hombres puedan creer en el Señor y confesarlo (cf. 1Cor 12,3)” [1]. La Verdad está con Dios y es Dios; y la verdad nos hará libres en el Amor (cf. Jn 8,32) porque “el que obra la verdad, va a la Luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios” (cf. Jn 3,21). “Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable Luz” (1Pe 2,9). Amén.





[1] Redemtoris missio 46                                                       

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