Aquí os dejo herman@s una reflexión sobre la fe, ahora que estamos en al año de la fe como primera semana de adviento, os invito a profundizar y reflexionar sobre este don maravilloso que nos ha ofrecido Dios nuestro Padre. su Hijo Jesús.
LA FE
"PADRE,
esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y a tu
enviado Jesucristo" (Jn 17,3). "Dios, nuestro Salvador...
quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la
verdad" (1Tm 2,3-4). "No hay bajo el cielo otro
nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch 4,12), sino
el nombre de Jesús"[1].
Hermanos, sabemos que
la fe es un don que nuestro Padre nos regala, y ésta actúa como herramienta
para que el hombre sea capaz de dar respuestas desde su vocación a Dios. La
vocación es la llamada personal e histórica que Dios dirige a cada hombre,
debiéndose acoger como gracia de Dios y no como frutos de nuestros esfuerzos o
deseos. “La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que
no se ven. Ahora bien, sin fe es imposible agradar a Dios, pues el que se
acerca a Dios ha de creer que existe y que recompensa a los que le buscan” (Hb
11,1-2.6).
Martín Gelavert entiende
la fe como: “Un encuentro personal, que abarca la totalidad de la persona, con
su inteligencia, voluntad y sentimientos”[2]. El autor para
argumentar esto parte de la palabra latina credere,
que proviene de cor dare, que
significa entregar el corazón. Esto es creer en alguien, es un yo creo en ti,
es poner una confianza ciega, significa más, es experimentar de alguna forma
que yo tengo acceso a la persona del otro, a su intimidad más profunda. Sólo
Dios puede merecer nuestra fe total; la fe es la respuesta a la oferta de su Amor,
la entrega de todo nuestro ser, de todo mi yo a ese Tú amante. La fe es un ser
poseído, más que un tener, un saber, o un poseer: “No vivo yo, sino que es
Cristo quien vive en mí” (Ga 2,20).
Es Dios quien se
adelanta y ayuda al hombre a participar de su comunión con él, “pues todos sois
hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús” (Ga 3,26) por el Espíritu Santo; y la fe
en Dios es la que actúa como respuesta. Por lo tanto, el alma pasa de ser
oyente a ser creyente.
La fe no es un
teorema, no abarca lo abstracto o filosófico. No es una simple definición. La
fe es Jesús, el Verbo encarnado que se hace presente entre los hombre, el
Ungido de Dios para salvación nuestra, Aquel que tiende la mano de Dios al
propio hombre en su persona, siendo a la vez Dios y hombre verdadero.
Cuanto más conozcamos
a Jesús, más le amaremos y cuanto más le amamos mayor será nuestra fe. "Las
señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios,
hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban
veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien"
(Mc 16,17-18).
Por otro lado, la fe
no es una respuesta individual, sino compartida y celebrada en la Iglesia, que
es “columna y fundamento de la verdad” (1Tm 3,15). Desde siglos, a través de
muchas lenguas, culturas, pueblos y naciones, la Iglesia no cesa de
confesar “un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo” (Ef 4,5), recibida de
Jesús, el Cristo, transmitida por los apóstoles en un solo bautismo, enraizada
en la convicción que todos los hombres no tienen más que un solo Dios y Padre.
La Iglesia, pueblo de
creyentes, es la que guarda la memoria de las palabras de Jesucristo y la que
transmite de generación en generación la confesión de fe de los apóstoles (cf.
Hch 14,27; 16,5). El credo niceno-constantinopolitano es lucha, testimonio,
signo y testigo de la profundización y forma de vida en la fe cristiana.
La fe es la acción
fundamental que el hombre tiene para su obrar, pues por las obras sabrán
nuestra fe. “La fe, si no tiene obras, está muerta. Y al contrario, alguno
podrá decir: “¿Tú tienes fe?; pues yo tengo obras. Pruébame tu fe sin obras y
yo te probaré por las obras mi fe. ¿Tú crees que hay un solo Dios? Haces bien.
También los demonios lo creen y tiemblan. ¿Quieres saber tú, insensato, que la
fe sin obras es estéril? Abraham nuestro padre ¿no alcanzó la justificación por
las obras cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿Ves cómo la fe
cooperaba con sus obras y, por las obras, la fe alcanzó su perfección? Y
alcanzó pleno cumplimiento la Escritura que dice: Creyó Abraham en Dios y le
fue reputado como justicia y fue llamado amigo de Dios”. Ya veis cómo el hombre
es justificado por las obras y no por la fe solamente. Del mismo modo Rajab, la
prostituta, ¿no quedó justificada por las obras dando hospedaje a los
mensajeros y haciéndoles marchar por otro camino? Porque así como el cuerpo sin
espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta” (St 2,17-26).
Para mí la fe es como
la semilla plantada por el Espíritu Santo en nuestro bautismo, por la
iniciativa de Dios Uno y Trino, para crecer en Él, por Él y con Él. Nosotros
somos desde ese momento los responsables de cuidarla como árbol que quiere
ofrecer buenos frutos (cf. Mt 7,17-18; Mt 12,33a). Para ello debemos regar la
fe, abonarla, fumigarla, que reciba el sol, etc. La fe es como el alimento, que
durante el día nos sustenta y “en la noche instruye internamente” (Sal 16,7)
para cada día.
Porque si no tenemos
fe hermanos ¿cómo vamos a anunciar lo que no vivimos?, y ¿cómo vamos a vivir el
Evangelio si no tenemos fe? “Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal
se vuelve insípida, ¿cómo podrá ser salada de nuevo?” (Mt 5,13). Si se pierde o
atrofia el sentido y meta de nuestra vida religiosa estamos perdidos como
ovejas sin pastor (cf. Mt 9,36; 1R 22,27; 2Cro 18,16).
¡Cuántos sacerdotes, religiosos
y laicos pierden el sentido de la fe! El sentido de la fe es el Amor y el Amor
se trasforma en donación. Donación de nuestro ser en virtud del quien lo
necesita; y todo gratuitamente (cf. Mt 10,8).
Es cierto que la fe
no tiene medida, siempre va creciendo y no tiene fin, pues los misterios de
Dios son inabarcables: “El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en
la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin
que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego
espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en
seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega” (Mc 4,26-29), y ¡ay de
aquel que diga que tiene mucha fe! Pues siempre ésta es puesta a prueba por
nuestro Padre hasta el extremo[3].
Recordad el pasaje… “Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a
este sicómoro: “Arráncate y plántate en el mar”, y os habría obedecido”. (Lc 17,6).
Sí, es Él quien quiere hacernos perfectos y santos para Él, y para que el Reino
del Amor se implante entre sus hijos en la paz y el bien. Pero “son muchos los
llamados y pocos los elegidos” (Mt 22,14), a pesar de que “la mies es mucha y
pocos los obreros” (Mt 9,37). Nuestro Padre quiere hacernos fuertes en la fe
como buena construcción: “Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las
ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca:
cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron
contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y
todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el
hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los
torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue
grande su ruina” (Mt 7,24-27). Así mismo Pablo nos dice: “Es necesario que
perseveren en la fe; muéstrense firmes, cimentados en ella; no se desvíen de su
esperanza, tengan siempre presente el Evangelio que han oído” (1Co 1,23). Y
también nos lo dice nuestro Amado Señor, sumo Maestro “Tened fe en Dios” (Mc
11,22).
El premio a nuestra
fe, esperanza y amor es la vida eterna: “Depongamos, pues, toda carga inútil, y
en especial las armas del pecado, para correr hasta el final la prueba que nos
espera, fijos los ojos en Jesús que organiza esta carrera de la fe y la premia
al final” (Hb 12,1-4); así como un puesto cercano en Él en su gran banquete (cf.
Ap 3,20-21;19,9.17). Y será cuando nuestro Amado “quitará el velo de luto que
cubría a todos los pueblos y la mortaja que envolvía a todas las naciones. El
Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros” (Is 25,7-8). El nos servirá
“una comida con jugosos asados y buenos vinos, un banquete de carne y vinos
escogidos” (Is 25,6). “Dichosos los siervos, que el señor al venir encuentre
despiertos: yo os aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de
uno a otro, les servirá” (Lc 12,37).
Pensad
hermanos que antes que nosotros resistieron en la fe muchos santos y santas,
¿qué pruebas tenemos de más hoy, en esta sociedad? San Pedro nos anima:
“Resistid firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos que están en el mundo
soportan los mismos sufrimientos. El Dios de toda gracia, el que os ha llamado
a su eterna gloria en Cristo, después de breves sufrimientos, os restablecerá,
afianzará, robustecerá y os consolidará. A Él el poder por los siglos de los
siglos. Amén” (1Pe 5,9-11).
Quien cumple la
voluntad de Dios ejerce la fe, pues la voluntad de nuestro Padre es implantar
su Reino y su justicia (cf. Mt 6,33), su Amor y Misericordia, cada uno responde
desde su vocación: sacerdote, matrimonio, religioso o laico consagrado. En el
Cuerpo místico, que es la Iglesia, no todos los miembros tienen la misma
función (cf. Rom 12,4). También “a cada cual se le otorga la manifestación del
Espíritu para provecho común, porque a uno se le da por el Espíritu palabra de
sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe, en
el mismo Espíritu; a otro, carismas de curaciones, en el único Espíritu; a
otro, poder de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus;
a otro, diversidad de lenguas; a otro, don de interpretarlas. Pero todas estas
cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en
particular según su voluntad. Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque
tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su
pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo. Porque en un
solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo,
judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.
Así también el cuerpo no se compone de un solo miembro, sino de muchos” (1Co
12,7-14).
¿Cómo saber si
estamos realizando la voluntad de Dios? Fácil. “Amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo” (Lc
10,27). Éste fue el alimento de nuestro Amado Jesús: “Mi alimento es hacer la
voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (Jn 4,34). La oración y
el sacramento de la Eucaristía son medios que el hombre desde su búsqueda
interior en la trascendencia de Dios, puede descubrir en Él que quiere de él.
Todo ello fundamentado en una profunda fe, Amor y temor de Dios.
Realizar la voluntad
de Dios en la fe de Jesucristo (cf. Rm 3,22) “manifiesta cómo Dios nos hace
justos por medio de la fe y para la vida de fe, como dice la Escritura: El que
es justo por la fe vivirá (cf. Hb 10,38)” (Rm 1,17). Y no sólo vivirá sino que
vivirá feliz, rebosante de una alegría que nada ni nadie lo puede sustituir.
Nuestra felicidad adelanta la plenitud que nuestro Padre nos tiene reservado
para aquellos que le aman (cf. 1Pe 1,8-9).
Es cierto que la fe
es un compromiso íntimo entre el hombre y Dios, el nunca nos abandonará (cf. Mt
28,20), nosotros debemos mantenernos fieles en la fe. Pero la felicidad de
cumplir con el proyecto que Dios nos tiene preparado para cada uno en nuestras
vidas ¿quién os lo puede quitar? ¿Quién lo podrá sustituir?
Pidamos al Señor que
nos aumente la fe como se lo pidieron sus apóstoles: “Señor; “Auméntanos la
fe”. El Señor dijo: “Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a
este sicómoro: "Arráncate y plántate
en el mar", y os habría obedecido” (Lc 17,5-6). Y nos asegura: “Si
tenéis fe y no vaciláis, no sólo haréis lo de la higuera (cf. Mt 21,19), sino
que si aun decís a este monte: "Quítate y arrójate al mar", así se
hará. Y todo cuanto pidáis con fe en la oración, lo recibiréis” (Mt 21,21-22).
Hermanos míos “todos
sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús” (Ga 3,26), “no teman; solamente
tengan fe” (Mc 5,36). “Es necesario que sean constantes en hacer la voluntad de
Dios, para que consigan su promesa. Acuérdense: dentro de poco, muy poquito
tiempo, el que ha de venir llegará; no tardará. Mi justo, si cree, vivirá; pero
si desconfía, ya no lo miraré con amor. Nosotros no somos de los que se retiran
y se pierden, sino que somos hombres de fe que salvan sus almas” (Hb 10,36-39).
Por eso hermanos míos
“pónganse la armadura de Dios, para
que en el día malo puedan resistir y mantenerse en la fila valiéndose de todas
sus armas. Tomen la verdad como cinturón y la justicia como coraza; estén bien
calzados, listos para propagar el Evangelio de la paz. Tengan siempre a la mano
el escudo de la fe, y así podrán atajar las flechas incendiarias del demonio.
Por último, usen el casco de la salvación y la espada del Espíritu, o sea, la
Palabra de Dios” (Ef 6,13-17).
[1] Prologo Catecismo de la Iglesia Católica
[2] M. Gelabert, Valoración cristiana de la experiencia,
Salamanca, Sígueme, 1990, p. 12
[3] El santo Job es
puesto a prueba, Abrahán, Moisés, … y el mismo Jesús cuando el Espíritu Santo lo llevó al desierto.
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