EL NOMBRE DE
CRISTIANOS. SER EN CRISTO
“En Antioquía fue donde, por primera vez, los
discípulos recibieron el nombre de cristianos” (Hch 11,26).
Ser cristiano es reconocer y confesar a Jesús como Mesías. Es
creer en la autorevelación de Dios como promesa en la historia, en el mensaje y
obra de Jesús; todo esto por puro Amor: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio
a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga
vida eterna” (Jn 3,16). Dios no promete algo sino que se promete a sí mismo en
su Unigénito. “Él nos amó primero” (1Jn 4,19).
Ser cristiano es aceptar la respuesta-envío de Jesús: “¿Eres
tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?” Jesús les respondió: “Id y
contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos
quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los
pobres la Buena Nueva”” (Mt 11,2-5). Es dejarnos amar por el Amado que se ha
entregado por nosotros. El cristiano debe configurarse en Jesús: “No vivo yo,
sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne,
la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí”
(Ga 2,20), en el espíritu y en las obras: “Os he dado ejemplo, para que también
vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros” (Jn 13,15).
Ser cristianos es responder desde nuestra vocación a la llamada
de Jesús. Jesús Sastre entiende por vocación: “La llamada personal, histórica e
intransferible, que Dios hace a cada creyente en el contexto dialogal de la fe,
para seguir a Jesucristo de una manera particular en la Iglesia y al servicio
del Reino”[1]. La vocación no es sólo una llamada de Dios correspondida
por la respuesta del hombre. El sentirse llamado lleva en sí una relación
amorosa entre aquel que llama y el que responde a esa llamada de amor.
Jesús nos llama: “Ven y sígueme” (Lc 18,22, cf. Lc 9,59), y
esta llamada tajante debe de ser correspondida con una respuesta tajante; como
Juan y Santiago, Pedro y Andrés (cf. Mt 4,18-21). No como aquellos que se
excusaban: “Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para
el Reino de Dios” (Lc 9,62), o aquel, “déjame ir primero a enterrar a mi padre”
(Lc 9,59), o aquel que no puede seguir a Jesús porque era muy rico (cf. Lc
18,18-23). Para seguir al Amado hay que dejarlo todo al momento: “Lo dejaron
todo y lo siguieron” (Mt 4,22).
Por otro lado, ¿qué
decir de los apóstoles antes y después de Pentecostés? ¡Cuánto difícil les
resultó expandir la experiencia y mensaje de Jesús! Tuvieron fe y esperaron el
envío del Espíritu Santo prometido por Jesús (cf. Hch 2,1ss) para continuar la
obra que Jesús empezó. Creo, no de probabilidad sino desde mi fe, que si los
creyentes cristianos volvieran a vivir la fe como aquellos primeros
judeocristianos todo sería distinto en Europa. ¿No existe una corriente que es
el secularismo, el paganismo, el ateísmo, la indiferencia religiosa, insultos,
incomprensión, ignorancia… al igual que en tiempos de Pedro y Pablo? “Alegraos
en la medida en que participáis en los sufrimientos de Cristo, para que también
os alegréis alborozados en la revelación de su gloria. Dichosos de vosotros, si
sois insultados por el nombre de Cristo, felices vosotros, pues el Espíritu de
gloria, que es el Espíritu de Dios, descansa sobre vosotros. Si se sufre por
cristiano no tienen por qué avergonzarse, sino que más bien deben de dar
gracias a Dios por llevar ese nombre” (1Pe 4,13-14.16).
¿Qué diferencia
existe hoy en el siglo XXI en España y Europa y aquellos lugares donde el
cristianismo empezado a emerger? Para mí, bien poca si la fe en Cristo se sitúa
en el centro de la vida del creyente practicante, más a favor de aquellos que
no tenían medios de comunicación, eran perseguidos a muerte, cuestionados por
sus pensamientos y acciones,… hoy existe una estructura eclesial consolidada y
una fe popular que sólo hay que despertar y vivir como discípulos de amor,
semejantes al Amado. ¡Cuánto y qué gran empresa le puso nuestro Padre en las
pequeñas manos de san Francisco de Asís y supo realizar hasta el final!,
llevando precisamente entre sus compañeros esa fe viviente y obras
comprometidas muy semejantes a las de Jesús de Nazaret. Ellos eran “perseverantes
en oír la enseñanza de los apóstoles y en la fracción del pan y en la oración”
(Hch 2,42).
¿Qué más se puede pedir? “Quien a Dios tiene nada le falta sólo Dios basta”[2].
¡Cristianos, levantad
vuestra fe y corazones! Alzad con vuestro amor al Rey de los siglos y proclamad
con palabras y obras su Evangelio; “Id proclamando que el Reino de los Cielos
está cerca. No os procuréis oro, ni plata, ni calderilla en vuestras fajas; ni
alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; porque el
obrero merece su sustento” (Mt 10,7-9-10). El sagrado Corazón de Jesús nos
custodia y el inmaculado Corazón de María nos protege ¿qué más se puede pedir?
Amad a nuestra
Iglesia como Cristo la amó y se entregó por ella: “Cristo amó a la Iglesia y se
entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño de
sangre y agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí
mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e
inmaculada” (Ef 5,25b-27). Amemos a la Iglesia como el esposo a la esposa, pues
si por el sacramento del matrimonio forman una sola carne (cf. 1Co 6,16), nadie
puede aborrecer su propio cuerpo: “Porque nadie aborreció jamás su propia
carne; antes bien, la alimenta y la cuida con cariño, lo mismo que Cristo a la
Iglesia, pues somos miembros de su Cuerpo” (Ef 5,29-30), que es la Iglesia (cf.
Col 1,24).
Esta confesión de san
Pablo nos parece preciosa a los ojos del cristiano, pero un cristiano no puede
Amar a Dios y aborrecer a su Iglesia, no puede amar la Cabeza (cf. Ef 5,23) y
no al Cuerpo. O se ama Todo o no se ama. Nuestro Padre detesta a los tibios:
“Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente!
Pero porque eres tibio y no frío o caliente, voy a vomitarte de mi boca” (Ap
3,15-16). Confiad en los diáconos, sacerdotes, obispos y en nuestro querido
Papa que como sucesor de san Pedro dirige a la Iglesia con los dones del
Espíritu Santo junto con el Colegio Apostólico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario