“Cuando resucitó, pues, de entre los
muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho eso, y creyeron en la
Escritura y en las palabras que había dicho Jesús” (Jn 2,22).
¡Ay hermanos míos!
Durante todo este tiempo que he estado preparando este proyecto he leído con
atención las Sagradas Escrituras, y puedo decir que no hay libro en el mundo
que supere su sabiduría. En Él viene todo lo que un hombre debe saber (conocer)
para vivir en la amistad y paz en Dios[1]. No hay sabiduría
mayor en el mundo: “¡Feliz el que lo lea continuamente! Si le presta atención,
se hará sabio, si lo pone en práctica, se sentirá lo bastante fuerte en
cualquier circunstancia, porque la luz del Señor iluminará su camino” (Sir
50,28). El resto de libros se desgrana de Él mismo. Él es Todo (cf. Ap 22,13),
los demás son las partes del Todo. Él es la vid, nosotros los sarmientos (cf.
Jn 15,1-8), y nuestros frutos son sus frutos (cf. Mt 7,17). La Sabiduría es el
fruto y el fruto es el Amor, por tanto la Sabiduría es Amor.
Si el hombre por la
Sagrada Escritura siente el calor de Amor de Dios en su corazón ¿qué más puede
pedir? ¿Qué doctrina hay mayor que el Amor? “El amor es paciente y muestra
comprensión. El Amor no tiene celos, no es aparente ni se infla. No actúa con
bajeza ni busca su propio interés, no se deja llevar por la ira y olvida lo
malo. No se alegra de lo injusto, sino que se goza en la verdad. Perdura a
pesar de todo, lo cree todo, lo espera todo y lo soporta todo. El Amor nunca
pasará” (1Cor 13,1-8a). Nuestro Señor Jesucristo es el Amor perfecto. Él nos
enseñó: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn
15,13), y lo cumplió en la Cruz: “El lenguaje de la cruz resulta una locura
para los que se pierden; pero para los que se salvan, para nosotros, es poder
de Dios. Ya lo dijo la Escritura: Destruiré la sabiduría de los sabios y haré
fracasar la pericia de los instruidos. Sabios, entendidos de este mundo ¡cómo
quedan puestos! ¿Y la sabiduría de este mundo? Dios la dejó como loca. Pues el
mundo, con su sabiduría, no reconoció a Dios cuando ponía por obra su
Sabiduría” (1Cor 1,18-21a), porque su Sabiduría es el Amor a todos sus hijos: “Donde
no hay griego y judío; circuncisión e incircuncisión; bárbaro, escita, esclavo,
libre, sino que Cristo es todo y en todos”. (Col 3,11). En su sabiduría, por la
Palabra y el Espíritu estamos llamados a configurarnos e imitar a Jesús como
verdaderos hijos del Amor de Dios.
Por lo tanto, ¿de qué
sirve a un teólogo dedicar una vida a escribir y publicar libros para mostrar y
demostrar su sabiduría? ¿Quién los comprará? Miembros del gremio: sacerdotes,
religiosos, religiosas, seminaristas en su mayoría. Sin hablar de aquellos que
estudian para alcanzar una reputación en el campo intelectual, y de paso
recaudar fondos. Todo se queda en casa. Hoy Europa no necesita más libros
ilustrados sobre el Misterio de Dios. No hablo de no obtener por los correspondientes
estudios un nivel óptimo para la enseñanza y predicación de las Sagradas
Escrituras, la Tradición y el Magisterio, cosa muy necesaria, pero creo que la
Iglesia en Europa necesita pastores no doctores.
Apoyo, que si el
entendimiento y ciencia que han alcanzado mis hermanos de Orden y de las
distintas Órdenes y congregaciones religiosas se expusieran, predicaran
gratuitamente a las gentes, algo podría cambiar.
Franciscanos,
capuchinos, salesianos, jesuitas, lasalianos, escolapios,… ¡Salid de vuestras
comunidades y hogares y prediquen el Nombre del Señor nuestro Dios! Él está
entre nosotros en esta sociedad secularizada. Sacad vuestros pupitres y
cuadernos de texto a la calle, la biblia, el crucifijo. Predicad con palabras y
obras el tierno Amor de Dios para con el hombre. Él nos ayudará siempre y
nosotros nos sentiremos ayudados. El hombre de hoy necesita reencontrarse con
Dios desde su sentido bautismal hasta el sentido de su vocación en el mundo.
Podemos lograrlo. No pretendamos cambiar la sociedad, pero sí es cierto que
“quien salva una vida salva al mundo entero”[2]. ¿Grandes y
ambiciosos proyectos en nuestras congregaciones? ¿No es un grandísimo proyecto
re-evangelizar Europa y salvar almas por el maravilloso hecho de que son
nuestros hermanos e hijos amados de Dios? “¿Qué os parece? Si un hombre tiene
cien ovejas y se le descarría una de ellas, ¿no dejará en los montes las
noventa y nueve, para ir en busca de la descarriada? Y si llega a encontrarla,
os digo de verdad que tiene más alegría por ella que por las 99 no
descarriadas” (Mt 18,12-13).
Las Sagradas
Escrituras no es un ideal, es un estilo de vida. ¿Cómo manifestar esta
realidad?
· Ejerciendo nuestro
bautismo: “En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor
los unos a los otros (Jn 13,35).
· Adorando en la
oración (cf. Hch 6,4) a nuestro Padre “en espíritu y verdad” (Jn 4,24). En
esto, sabrán por las obras nuestra fe: “Pruébame tu fe sin obras y yo te
probaré por las obras mi fe” (St 2,18).
· Proclamar lo que se
vive: “Pues todo el que invoque el nombre del Señor se salvará. Pero ¿cómo
invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han
oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? Y ¿cómo predicarán si no son
enviados? Por tanto, la fe viene de la predicación, y la predicación, por la
Palabra de Cristo (Rm 10,13-15.17).
Tanto se configuró
san Francisco de Asís a Cristo y al Evangelio, que recibió las sagradas Llagas
de nuestro Señor Jesucristo. Profunda fue su plenitud adelantada en la tierra
antes que llegara el momento de su muerte y gloriosa resurrección: “Todo aquel
que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por
mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará vida eterna” (Mt 19,29).
¿Dónde están entonces
los que ahogan la utopía como realidad? ¿No se hizo realidad la utopía en san
Francisco y mucho mayor en nuestro Señor Jesucristo? La utopía se manifiesta en
el hombre desde su inmanencia al cambio, la renovación, la inquietud, el compromiso,
el equilibrio, lo ideal, la búsqueda profunda de lo humano y divino, la
felicidad, el amor. ¿Se podría vivir según las exhortaciones que Jesús nos
enseña en los Evangelios hoy, en el siglo XXI? Será difícil si sólo nos ponemos
a pensar; hay que actuar. La fe y el Amor a su Palabra y a la voluntad del
Padre nos salvarán de una infinidad de compromisos, barreras, debilidad,
enfermedad, insultos,… “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La
tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los
peligros?, ¿la espada? En todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos
amó” (Rm 8,35.37). Es más su gracia nos basta (cf.2Co 12,9). En la debilidad
está el amor, está Dios (cf. Rm 5,20). Debemos acogernos a su Palabra y su
cruz, que es la que nos conforta (cf. Flp 4,13)
y nos dice continuamente: “¡Ánimo, no teman, que soy yo!” (Mt 14,27).
“No hay temor en el amor; sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el
temor mira el castigo” (1Jn 4,18).
Nos debe importar nuestra
historia, la fraternidad, los conventos y monasterios, la familia, el hogar, el
trabajo, las tierras, la muerte… pero todo en su justa medida, como miembros
responsables de lo que el Señor nos dio (cf. Mt 25,14-30). Pero, si valoramos
más las cosas del mundo, podemos caer en lo que nos dice Jesús: “Si alguno
quiere venir a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, sus hermanos y hermanas,
e incluso su propia persona, no puede ser discípulo mío. El que no carga con su
propia cruz para seguirme luego, no puede ser discípulo mío” (Lc 14,26-27). Hermanos,
Él nos sustentará porque su yugo es suave y su carga ligera. (cf. Mt 11,30).
Hermanos, la realidad
es que siempre estaremos dispuestos a actuar, también es cierto que
encontraremos mil justificaciones para no avanzar. La juventud y la sociedad
secularizada nos necesita. El poder de la Iglesia nunca menguará y las fuerzas
malignas no la derrotarán (cf. Mt 16,18); debemos de actuar pronto. “Dichoso
aquel siervo a quien su señor, al llegar, encuentre haciéndolo así” (Mt 24,46).
Por esto hermanos,
pienso que todos los que dudan de la Palabra y Sabiduría de Dios son hombres
tristes, sin esperanza. En los Evangelios[3] encontramos la clave
para ser felices, es Jesús, el Señor, no necesitamos más.
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